Durante los últimos 4 años, tras una época de leer libros que me recomendaba la gente, precedida por una época de leer todo lo que caía en mis manos de J.R.R. Tolkien, he estado leyendo libros clásicos, visto que no encontraba nada parecido a la calidad de El Hobbit, o El Señor de los Anillos.
Me parecía que si quería encontrar algo que me impactase como lo hicieron los libros anteriores tendría que buscar entre las obras celebradas universalmente. Aunque El Quijote no lo consiguió, sí fue así con Crimen y Castigo, por eso, he seguido leyendo libros clásicos, a parte de para culturizarme y tener más oportunidades en un hipotético concurso de preguntas y respuestas ;-).
El caso es que, cuando se hace un viaje de estancia prolongada, siempre es buena la compañía de un libro. Por eso me proveí de La isla del tesoro, El enfermo imaginario, El médico a palos y El buscón. Aún así, a las 3 semanas de estancia en Helsinki, el frío, la nieve y la falta de luz natural habían hecho estragos en mi arsenal, de modo que, hoy, después de una comida en el chino del centro comercial cercano a casa, Berto, Alex y yo nos introdujimos en una de las librerías del propio centro en busca de postales, tarjetas Navideñas y demás papelería con destino de llenar contenedores de reciclaje a lo largo y ancho del planeta una vez pasada la tontería mazapanil. Una vez allí, tras deambular echando un vistazo a la potencial lectura finesa, me dije por qué no completar la vuellta bajando hasta el centro para ver los ejemplares de los múltiples centros comerciales de Helsinki.
Así que allá fuimos Berto y yo. Tras llegar a Rautatientori y dejar atrás una cola de gente intentando entrar en Stockmann (sí aquí también es Navidad, aunque aquí lo dice Stockmann, no El Corte Inglés), entramos en el edificio de libros de esta cadena. Para nuestra sorpresa, nos encontramos con que la gente está dejando los abrigos en el ropero del centro. ¿?. «Esto no era así la última vez que vine», me dice Berto. Y tanto… más allá vemos una cola de gente rodeando unas grandes mesas en las que hay unas enormes bandejas con comida con aspecto de ser típicamente navideña, mientras que en la mesa contigua dos camareros sirven vinos y otros licores.
«Estos finlandeses son la bomba», nos decimos. Lástima que hayamos comido tan tarde porque el aperitivo es verdaderamente apetitoso. Berto se pregunta como puede ser que el propio centro comercial sirva comida entre los libros, pudiendo mancharlos todos con gran facilidad. Mientras, por megafonía escuchamos una retahíla de frases en finés. El caso es que, tras hacer una foto disimulada a los comensales desde la segunda planta del edificio, nos ponemos a revolver entre las estanterías de libros en busca de algo que llame nuestra atención. En la sección española, nada relevante. Seguimos por la inglesa y me encuentro con una edición de Alicia en el país de las maravillas y A través del espejo, dos libros archiconocidos de Lewis Carroll, lectura obligatoria de todo informático y/o persona relacionada con las matemáticas ya que es citado mil veces por sus paradojas y juegos lógicos. Para mi sorpresa es una auténtica ganga, ¡3.5 €!, y otras ediciones de los mismos libros, en la misma estantería rondan los 10 €. En un país en el que te cobran esa cantidad por una coca-cola (barata) no se puede dejar escapar la ocasión. Además, en el idioma original y yo sin lectura mano. No hay excusas.
Total que por fin nos dirijimos a la caja, no sin advertir que la gente que llena la librería también está asistiendo a una especie de presentación de libros sobre un escenario que está llevando a cabo distinta gente. ¿Serán autores finlandeses?
Pues bien, la chica de la caja me sonríe y me pregunta algo en finlandés que yo supongo será el modo de pago, pero le hago saber que sólo entiendo inglés, y poco (cada vez menos, de hecho), con lo que ella me indica que si no tengo la tarjeta de Stockmann. Le digo que no y pago en efectivo. Aprovecho para preguntarle que qué es lo que está pasando, si son autores los que están presentando libros o qué. Ella me dice que no. En realidad el centro está cerrado y toda aquella gente son miembros del club de lectura de Stockmann. Los poseedores de la tarjeta que me indicaba, vamos, buenos clientes de la librería de esa cadena. Se reúnen para hacer ese tipo de eventos y para comer y beber mientras los celebran. O sea, que estamos ahí ¡¡por el morro!! Mientras la chica se descojona por dentro y a mí se me suben los colores a toda velocidad me dice que no pasa nada … Berto se acerca y le explico lo que pasa, así que me despido de la cajera mientras adivino una más que media sonrisa en su cara y nos vamos para afuera. En la puerta comprobamos que el horario el domingo es hasta las 18h y habíamos entrado 5 minutos antes del «cierre». Los mensajes por megafonía debían haber avisado de la situación pero, ya se sabe, cuando estás en el país de las maravillas y el gato, en vez de ser el de Cheshire, se convierte en Alicia, no te enteras de lo que acaba de pasar a tu alrededor y crees que lo que celebran a tu alrededor es la fiesta de té del «No-cumpleaños», sobre todo si el idioma en el que te lo dicen no es más inteligible que el chino (discusiones tenemos sobre si no lo será menos) y te daría igual escuchar un «¡¡Que le corten la cabeza!!» que un «Por mis orejas y bigotes, ¡que tarde se me está haciendo!» de un gazapo finlandés blanco (y azul) que pasase corriendo a tu lado. En fin, una vez fuera del agujero de conejo, las risas no se dejan contener más y ya podemos sumar una anecdota más que contar :-D.